8.05.2012

Aquí te traigo

Hace dos días en una de tantas veces que camino, pasé por una calle que solía ser mi transitada en tiempos de secundaria (sí, ya fue), pasaba despacio porque los beats del audio que escuchaba y ese sol que me daba lo ameritaron; de repente sentí una sensación, un extraño sentimiento, tal vez esa memoria del corazón que te hace voltear... vi en ese momento un árbol que me trajo un grato recuerdo y una enorme sonrisa.

Mi primer novio, ese que sólo me duró unos 6 días gracias a que no contaba con permiso de mi padre, es de las personas que no podría jamás negarle una plática o saludo, fue de esas relaciones, sin una vigencia custodiada por un título, tan puras que espero volver a tener algún día de nuevo. 

Había llovido mucho, aún se dejaban caer esas finas gotitas de brisa, caminábamos de la mano algo apurados para conservar el orgullo de seguir secos, atravesamos la calle y me dijo muy lindamente que corriéramos porque se acercaba un coche, me dijo también que me ubicara bajo el árbol para que no me mojara tanto, rápido me puse bajo de él y con un ágil movimiento le dio un golpe en el tronco haciendo que toda la lluvia reservada en las ramas cayera sobre mi, al mismo tiempo que llevaba mis brazos hacia mi cabeza me abrazó, quedamos empapados, abrazados, pegados, riendo.

A pesar de su corto tiempo siempre buscó saber de mi, siempre iba a buscarme valientemente a casa de mi papá, aún sabiendo que me fui a estudiar a otra ciudad, para ver si un fin de semana me encontraba, pocas veces nos vimos pero bastaban para llenarnos de pláticas interminables con horas de risa y después el tiempo hizo de cada uno una distancia, personas en el camino, cambios de vida... tal como la vida es; con personas que con su intermitencia se quedan siempre contigo.

Y de nuevo, años después, vuelvo a ver ese árbol que me ha regresado un recuerdo que tengo conmigo, un suceso que a esa edad era cualquier cosa y que ahora me hizo brotar la sonrisa más grande de mi semana. 


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